1) El sistema. La última asamblea de la AFA fue la puesta en escena de un contubernio. Todo armado, todo guionado, con apenas una voz disidente (el representante de Talleres de Córdoba) abucheado por el resto. Como en los tiempos de Julio Grondona, nadie saca los pies de un plato rebosante de prebendas. La AFA sigue siendo un aparato político, hoy en manos de Claudio Tapia, mañana quién sabe. La moneda de cambio para los beneficios que la AFA dispensa a la dirigencia (por ejemplo, anular los descensos) es el silencio; ante el asomo de una crítica Pablo Toviggino dispara alguno de sus rayos paralizadores. En los papeles, Toviggino es el tesorero de la AFA; en el mundo real es el brazo ejecutor del proyecto Tapia, o sea el hombre más poderoso después del presidente. Este sistema perverso es el que sostiene el andamiaje completo.

2) Los torneos. Para la AFA los reglamentos son un chiste de ocasión. Los elabora y los firma para cambiarlos sobre la marcha; por consiguiente, es una institución carente de cualquier esbozo de seguridad jurídica. Nuestros campeonatos son una anomalía inentendible para el resto del planeta fútbol. Lo dijo Gabriel Milito, DT de Atlético Mineiro: en la comparación, el Brasileirao es infinitamente más competitivo. Los 30 equipos en Primera son una aberración, explicable por dos razones: el pago de favores a dirigentes que levantan obedientemente la mano y -esta es una cuestión de fondo- la injerencia de las casas de apuestas. Más partidos implica más juego de azar, en el marco de un tsunami de ludopatía que está carcomiendo la sociedad.

3) El “producto”. Varios equipos juegan con canchas vacías porque, sencillamente, no tienen hinchas ni socios. Varios estadios presentan campos de juego deplorables. Se programan partidos en días hábiles y en horario comercial. Llega un punto en el que la gente ni siquiera sabe cuándo juegan los suyos ni por cuál objetivo están compitiendo. En el medio se cancelan los descensos, lo que merma todavía más el interés. Las barras bravas siguen copando la parada, mientras el poder político, la Justicia, las fuerzas de seguridad y los dirigentes son: a) cómplices en el negocio; b) impotentes; c) ineptos. Este es el “producto” que la AFA promociona como “el fútbol de los campeones del mundo”.

4) El juego. En su abrumadora mayoría los partidos son malos. Un fútbol mañero, cortado a las patadas, amarrete, de infinitos pases para atrás y pelotazos hacia la nada. De los 14 juegos que se programan cada fecha, sólo la mitad -siendo generosos- le propone alguna motivación al telespectador. El resto es puro descarte. La excusa es que se trata de un fútbol “difícil”, “intenso”, “implacable”; como si esa clase de exigencia no existiera en otras ligas. “Jugar en la Argentina es complicado”, suele ser el mensaje que justifica la falta de talento y de dinámica. Y eso que no hay descensos (y tal vez no los haya en 2025 si prospera la idea de subir a 32 equipos). Por supuesto, al menor atisbo de calidad en un futbolista se lo vende (generalmente malvende), cada vez más a Brasil, a la MLS o a Arabia que a Europa. El que lo paga caro es el nivel de nuestros penosos campeonatos.  

5) Las trampas. La deficiente calidad del juego se debe también a la preponderancia de los tramposos. El eufemismo para respaldar las artimañas es que se trata de “inteligencia para administrar el tiempo”. La realidad se nutre de jugadores que se revuelcan a los gritos sin que los hayan tocado, tipos que fingen dolencias, simuladores profesionales. Argentina es el único país del mundo en que los arqueros se lesionan cuando atajan. O abusan hasta lo vergonzoso de tirarse al piso con la pelota en las manos mientras no hay rivales cerca. En el partido Sarmiento-Racing hasta hicieron entrar un perro a la cancha para paralizar el juego. Es hartante la cantidad de veces que entran los médicos a revisar jugadores que no tienen nada. Todo esto, claro, con la complicidad de los árbitros, que jamás recuperan el tiempo que los tramposos le robaron al espectáculo.

6) Los arbitrajes. Ni a la AFA ni a Federico Beligoy, encargado del arbitraje, les entran balas, por más que la evidencia sea abrumadora. Que Barracas Central y Depotivo Riestra son equipos que entran a la cancha con 12 jugadores lo sabe (¡y lo acepta!) el fútbol argentino en su totalidad. Marcelo Gallardo lo denunció el fin de semana pasado y allí fue Toviggino al contragolpe. Y si en Primera el nivel de los arbitrajes es malo, lo que sucede en las categorías de ascenso es escandaloso, de una grosería que nunca se había visto. Por estos días el caballo del comisario es Sarmiento (Santiago del Estero); el año pasado fue Riestra; y así. Queda la certeza de que los ascensos y descensos están, en su mayoría, claramente digitados. En este caldo los árbitros buenos se cocinan a fuego lento, mezclados con el resto. Ellos también terminan siendo cómplices, en su caso por mantenerse callados.

7) El VAR. La tecnología que se emplea en la Argentina es tan rudimentaria que habilita las jugarretas y las dudas propias de cada fin de semana. En demasiados casos el VAR oscurece más de lo que aclara, en especial cuando el trazado de líneas para determinar una posición adelantada parece hecho a mano alzada. Pero el VAR es apenas una herramienta y el que la usa es el verdadero responsable. Entonces a veces llama al árbitro para “recomendarle” una decisión; a veces se queda callado. Lo que hablan los árbitros es un secreto (hasta que se “liberan los audios” cuando el partido de turno es cosa juzgada). El resultado: lo que debía ser de una inapelable certeza termina quedando totalmente sospechado.

8) Las selecciones. Tapia acertó el pleno de su vida con Lionel Scaloni: le dio el mando de la Selección al segundo ayudante de campo del DT que había fracasado en el Mundial 2018. La extraordinaria Scaloneta colmó de alegrías a los argentinos y, de paso, blindó a Tapia. Ante el menor cuestionamiento, el presidente de la AFA saca la chapa de campeón del mundo y así se siente intocable. Es paradójica esta situación, porque la Selección que nos llena de orgullo es a la vez el mayor activo de un dirigente que en el resto de su accionar hace agua por todas partes. Eso le permite, por caso, sostener a Javier Mascherano al frente de los juveniles por más errores y traspiés que acumule. Tapia, hábil político, bautizó con el nombre de Lionel Messi el predio de las selecciones en Ezeiza y con esa foto bajo el brazo hace y deshace a voluntad. El fútbol nacional paga un precio realmente alto por ser campeón.

9) Las SAD. La batalla entre el Gobierno nacional y la AFA es feroz. Es más: la Justicia podría invalidar la asamblea que (por anticipado) reeligió a Tapia, restablecer los descensos y generar un tembladeral. Detrás está el deseo del Poder Ejecutivo de avanzar con las sociedades anónimas deportivas en detrimento del histórico modelo de asociaciones civiles sin fines de lucro. Aquí nada puede darse por sentado; dirigentes que hoy defienden a capa y espada los clubes en cuestión de horas pueden cambiar de vereda. Talleres y Estudiantes son los que, por el momento, promueven públicamente las SAD, con algunas espadas mediáticas de peso (Sergio Agüero, Carlos Tevez) por detrás. Pero se sabe del interés que generan algunos pesos pesados (Independiente, San Lorenzo) en potenciales inversores. Esta pulseada también horada las bases del fútbol, porque pinta un horizonte donde nada luce claro.

10) Spreen. Lo del chico influencer y su “debut” en Deportivo Riestra termina siendo, más que una anécdota o una falta de respeto, una metáfora. Es la síntesis de un insólito y lastimoso estado de cosas. Simplemente, porque no es algo que sucedería en un fútbol mínimamente serio. Y el argentino, salta a la vista, dejó de serlo hace mucho tiempo.